
A Gabriela se le murió la mascota nada más arribar a México. La pobre, llevaba días sin ingerir alimento y su color había mutado a un tono de lo más fangoso. Pero la niña Gabriela culpó por siempre del óbito a la tierra de los chilangos, como se empeñó en llamarlos desde que oyó el término. De poco sirvieron los intentos de toda la familia por conseguir que disfrutase de su estancia en la república mexicana. La niña estaba de luto por Minerva, que así se llamaba la difunta mascota, y persistía, erre que erre, en llorarla y llorarla. Cuando la festividad del día de los muertos, tan reconocida y celebrada en el territorio, se acercaba, todos miramos con recelo a Gabriela; la cual, por primera vez en muchos meses, pareció reanimarse y se apuntó con gran entusiasmo a los talleres para celebrar la festividad. Catrinas, centros llenos de cempasúchil, velas y calaveritas, comenzaron a salir de sus manos para adornar un altar en el que la deidad era su muerta favorita: una putrefacta tortuga, que la niña jamás había enterrado, y lucía ahora adornada con brillantes collares y una abundante melena rubia.
Relato presentado al Concurso de Historias del Día de Muertos de Zenda libros y que resultó seleccionado como finalista.
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