Pintor de haciendas

Lady Thompson era una mujer muy bella y ciertamente engatusadora, cuando me contrató para pintar su hacienda yo no podía prever lo que se me venía encima. Ninguno de los dos tuvimos culpa de que el señor Thompson regresara aquel día a casa antes de lo previsto y nos encontrara enredados tras las cortinas de la alcoba conyugal. Antes de que pudiese hacer nada me arrojó un guante y cifró la fecha. Como soy un hombre pacífico, rellené mi pistola y pinté la hacienda, poniendo especial cuidado en la figura de la desconsolada viuda llorando a su desaparecido esposo.

Micro publicado en la revista El Callejón de las Once Esquinas (nº6)

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