Inés había perdido su casa, otra vez, en vísperas de Navidad. Su hijo, Juan, alarmado por la llamada, había acudido con premura a la comisaría, para encontrarse con una Inés llorosa, encogida al lado de la ventana.
“¿Qué pasó, mamá?” le había preguntado, tratando de traer de vuelta su atención. “Que he perdido nuestra casa, hijo. Salí un momento y, al regresar, vosotros no estabais. ¿Te acuerdas que Javier y tú estabais en el salón adornando el árbol? Papá leía el periódico junto a la chimenea…”
El hijo de Inés apartó la mirada de su madre para firmar el papel de recogida.
¿Es que la pobre no podía dejar de revivir en su memoria, año tras año, aquellas Navidades?
Caminó por la acera tomando el brazo de su anciana madre como cuando era niño, decidido esta vez, a cambiar el curso de su recuerdo.
“Vamos a entrar en la tienda de Pepe, mamá, para escoger un árbol” dijo, conduciendo a su progenitora a una tienda de decoración Navideña.
Apenas unos minutos más tarde, Inés salía del local del brazo de su hijo sonriente e ilusionada como una niña:
“¿Crees que a tu hermano y a papá les gustará el árbol?”
Juan levantó la vista hacia el cielo y le pareció ver, por un instante, a través de dos nubes entrelazadas, la silueta de su padre alzando a Javier en brazos para colocar la estrella en lo alto del árbol.
“Estoy segura, mamá, de que cuando lo adornemos quedará perfecto en nuestra casa”.
#cuentosdeNavidad
#Zenda
Qué relato más bonito, Manoli. Con qué ternura has retratado algo tan triste y duro.
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Muchas gracias! Me alegra que te gustase.
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Muy tierno y a la vez duro. Excelente
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Gracias, Isa. A menudo la ternura más intensa duele, porque solo donde hay amor se sufre.
Un saludo.
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