¿Hay alguien ahí?

Cuando soy una extraña en mi país y en mi tierra, abro una puerta en la pared y me escapo. Es muy sencillo, aunque ya se que lo difícil es ser sencillo,  pero si no pienso en ello me sale. Lo hago cuando estoy harta de los desencuentros, porque se que si espero voy a comenzar a hablar sola, acelerar el paso y a no contestar a los saludos. No es que me importe especialmente que me tomen por loca, visionaria o rarita, sino que necesito que me dejen en paz, que dejen de llamarme a gritos o de preguntarme adónde voy. Si dispongo de tiempo pinto la puerta con detenimiento, le pongo hiedras y guirnaldas en el dintel, con todo lujo de detalles. Pero hay veces en que tengo el tiempo justo de dibujarla a toda prisa para escaparme, como hoy mismo, que tuve que trazarla antes de llegar a casa, justo al salir del bazar del barrio (el único que hay) y encontrarme por tercera vez consecutiva con el loco “oficial” del pueblo, el único que sigue estable e incluso ha mejorado con los años. Fue  al ser consciente de este último pensamiento, cuando busqué instintivamente un espacio para improvisar mi puerta. Justo al otro lado de la calle había un muro liso y blanco, perfecto para mi objetivo. Creé mentalmente una puerta amplia, redonda, de fácil trazado y la crucé preguntando:

-¿¿Hay alguién ahí??

El corazón del guerrero

     “Tu casa es una fortaleza inexpugnable. Tu aguerrido carácter te hace levantar muros que contengan cualquier expansión. Cual señorial retiro, tus dominios se extienden a todo lo ancho y largo del espacio que ocupas. ¡Solitario guerrero de confinados días!  ¡Ni las ninfas más bellas traspasan el dintel de la puerta de tu corazón! Dicen que eres un caballero. Que guardas las distancias por tu exquisita educación. Que en aras al deber sobrellevas tu soledad,  porque el guerrero es el guardián  que nunca descansa.  El centinela que no duerme. El único que no se abandona al amor. Pero en tu cuerpo regio hay una cicatriz invisible. Lo se porque en las noches de luna oigo el lamento de tu silencio. Debajo de tu pétrea armadura se esconde un nombre de mujer. Me lo han dicho tus labios, guerrero, cuando soplando sobre tu ligero sueño se te escapó un suspiro. Nadie es capaz de engañar al que se cuela por todos los resquicios del mundo. Soy el viento, guerrero, y he tomado ese nombre para esculpirlo en el libro del tiempo. Ella vendrá a ti, algún día, y no habrá armadura que te esconda de su presencia. Entonces, habrás ganado la única batalla que merece la pena ganar: La de ceder al amor.”

Cien mil batallas

No divisa la luz que te seduce,

tu rostro de poeta enamorado.

Ni distinguen los dioses del olimpo

los restos de tus versos malogrados.

No se detiene el alba en los destrozos

que componen tu cuerpo naufragado

ni destapas la caja de los vientos

que han hecho que nacieran los alados

gemidos que componen tu universo

de buscador de espacios.

No se detiene el tiempo en tus palabras

ni se amplía en tus letras,

sin embargo

mi corazón palpita y se me rompen

los relojes que tengo entre las manos,

mientras advierto cada línea herida

en esa cruel batalla que sostienes

contra ti mismo a diario.

Se me olvidó decirte…

Se me olvidó decirte

que tu voz, no escuchada,

invade mis silencios.

Que modula, aún en la distancia,

el canto de los pájaros que oigo

desde este exilio de palabras.

Se me olvidó decirte

que recorro

cada calle buscando tu mirada.

Esa complicidad en cada hora

no vivida,

virgen de sueños,

llena de esperanzas.

Se me olvidó decirte

que te espero,

como la tierra al agua.

Para florecer plena entre tus dedos:

como si antes de ti

no hubiese nada.

Configurando el tiempo

Escribí para ti, todo este tiempo.

Para tus manos rotas, vagabundas,

deshaciendo mil vidas, verso a verso.

Escribí para ti, para tus ojos,

ciegos a tanto empeño.

Mientras sobre mi cuerpo el viento hacía

dunas de otros desiertos.

Yo escribía, tenazmente, contra todo pronóstico

de que leyeras esto.

Como esculpen las olas del mar sobre las rocas,

o las nubes del cielo trazan signos,

en la matriz del tiempo.

Yo fui gestando letras esperándote

en las brumas de un sueño

que a la par de mi almohada transcurría

por detrás de estas líneas,

en otros renglones paralelos.

Escribí para ti. Aunque sea ahora

cuando empiezo a saberlo…

Futuro hipotético (o condicional)

Podría haber sido yo.

De haber seguido todos esos sabios consejos.

De haber pensado, como tenía que pensar, todas mis decisiones.

De haber jugado, como se esperaba que jugase, todas mis cartas.

Si hubiese sabido apostar, no en broma, nunca en serio

Sólo debidamente, sensatamente apenas.

Podría.

Haber sacado lo mejor de mí misma.

Aquello por lo que lucharon (y soñaron) todos los míos.

Podría haber sido yo:

Esa perfecta hija, esposa, madre, amante, amiga;

esa sabia y sensata mujer, tan previsible

que apenas rozaría su vida de puntillas, perdida

irreversiblemente entre los otros.

Improductividad

Lloro.

Lloro y pongo mis manos boca arriba.

Cuencos de agua, las palmas, inútilmente abiertas.

Si llorar sirviese para formar mundos de agua

¿Nacerían criaturas dolientes, medio ciegas, escindidas sin fin y sin remedio?

Lloro.

Por estas manos tan vacías. Por este tiempo sin propósito.

Si llorar hiciese brotar plantas, verdes, nutridas

¿Serían como los sauces con los brazos colgantes?

Quizás un campo eterno de absurdos girasoles.

Amapolas de sangre partiéndose en el viento.

Quizá tristes hortensias solitarias meciéndose

sobre un suelo inundado de lágrimas confesas,

de soledad y tiempo sepultado.

Lloro.

A mi pesar, sin plantas y sin flores.

Sin productividad: estoy llorando.

Por si anidan los días…

Por si anidan los días
en mis sueños,
los despistados días
vacíos y desiertos
de voces con sentido,
de horas con proyectos.
Digo,
por si anidan,
por error o milagro
y se descuelgan
adentro de mis sueños,
guardaré esta bitácora de quejas
para volver a ella
desde la otra orilla del deseo.

Cibercaptura

Vivo en un mundo virtual con un cuerpo físico. Prisionera de una realidad de autómatas, que ejecutan sus acciones mecánicamente. Si grito, centenares de cabezas se volverán a mirarme, mientras bicentenares de manos inmortalizarán mi grito con sus dispositivos móviles. Si intento arrebarles sus mortíferas armas, las fuerzas de seguridad me detendrán y me acusarán de asalto. No quiero olvidar quién soy e intento desvincularme de sus mecánicos actos. Se, sin embargo, que el tiempo corre en contra de mis deseos. Al buzón de mi casa ya solo llegan facturas, mientras varios mensajes amenazan con desbordar mi correo electrónico. En las últimas facturas aparece la dirección de una pagina web, mientras se indica que el recibo digital ya está a mi disposición. En la pantalla de mi televisor se anuncia la nueva asistencia sanitaria por videoconferencia. Mis amigos me envían abrazos virtuales y las plantas de mi jardín se secan, mientras el jardinero, absorto en su último videojuego, planta nuevas especies en su jardín del ciberespacio. Es inútil  descolgar el teléfono para intentar emitir un S.O.S que se escuche en alguna parte, porque ya no queda nadie que pueda descolgarlo.

Un trozo de tu vida

Dame un trozo de tu día.

Un trozo pequeño.

Si quieres, como el rayo

de luz que al mediodía,

se abre paso

a través de la cortina

e ilumina ese mundo

fantástico que pintas.

No quiero más

que ese breve descanso

en el que miras

a través del cristal,

hacia las calles

que no has pisado nunca.

Que yo no quiero ser

esa costumbre

que te espere en tu casa,

sentada en el sofá,

con bata y zapatillas.

Esa promesa antigua

que se pegue en tus labios

cada vez que te olvidas

de que estoy a tu lado.

No. Yo sólo quiero un trozo

de ese azul luminoso que

es el cielo que pintas.

Yo sólo quiero un trozo

pequeño de tu vida,

Un instante, una noche,

¡completamente mía!

 

Audio del poema con la voz y realización de Verónica Murillo