Mis pequeñas letras

Vivo en un país dónde se escribe en el agua. Grandes veleros portan mensajes en sus velas. Frases y slogans cruzan los mares inscritos en grandes yates. Desde primera línea de playa se advierten buques cargados de palabras que los grandes trasatlánticos lucen en brillantes rótulos. Por las tardes, cuando el tráfico disminuye, salgo con mi pequeño bote y echo la red para pescar las letras olvidadas, esas pequeñas letras que salen despedidas por la borda, cuando arrecia el viento del norte. Encuentro mensajes cuya plataforma ha caído, como un puzle desmembrado, bajo el peso de las grandes pancartas. Mensajes que voy guardando delicadamente en distintas botellas, para devolverlos al mar de la incertidumbre. Se hace de noche cuando recojo la red y porto en mis viejas cestas, las últimas letras huérfanas del día que he logrado rescatar. Las seco cuidadosamente al llegar a casa, enhebrándolas en hilos de plata, y las cuelgo a la entrada de mi improvisado hogar adoptivo, para que sepan que aún siguen vivas, para que todo aquel que quiera darles cobijo de verdad, las descubra.

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