A veces una rama tiene que hacerse árbol,
encontrar el camino hasta llegar al suelo
reiniciar su sistema, anclarse en el sustrato
que estructure su forma y alimente su fuerza
y las cosas suceden a modo de milagro:
el árbol nace y crece igual que cualquier otro
aunque antes no lo fuese.
Pasa el día y las nubes mientras te quedas quieta,
asomada a la vida como un punto pequeño
-mujer en un balcón entre las muchas casas-
Y una adquiere de pronto conciencia de esa gota
que ensancha su camino absorbiendo moléculas
de otras gotas de agua,
advierte la humedad en sus dedos de musgo
mientras crece la hiedra debajo de las manos
sabe que es mediodía por esa quemadura
que a través de las nubes deja el sol en la espalda,
y las cosas adquieren otro brillo de pronto,
ensanchan sus contornos, realzan sus contrastes,
y descubres finísimos hilos que las recubren,
las ves desde otro ángulo
y ya no te recuerdas sin verlas como ahora
porque eres tú y no eres
la mujer que se asoma y la que está mirando.
La vida es un mensaje que discurre escondido
en la escarcha de un día de diciembre
en la taza de ese café con leche que has dejado enfriarse.
Y es por eso que una es reloj que resuena
contando los segundos, despidiéndose siempre:
momento tras momento.
Instante tras instante.
Poema publicado en la revista de Valencia Escribe en el número de Marzo 2020