Puede que en algún momento. En esos momentos de espejo y cámara, entonces tan secretos. Por aquel entonces, no había redes sociales y la belleza de un encuentro se guardaba en la retina y en la memoria. Nadie iba por la calle con una cámara ni con un localizador en el bolso. Bien pensado, si en alguna charla de sobremesa a algún iluminado se le hubiese ocurrido anticipar tal futuro sería el hazmerreír de la fiesta. Pero, retomando el hilo del tema, puede que en algún momento, casi siempre a escondidas (íntimo instante enfocado a un sentimiento vano, quizás buscando el juego del coqueteo) se recrease en aplicar la sombra con cuidado sobre los párpados, el colorete o el perfil a los labios entreabiertos. Solo un momento. Por lo demás, le molestaba ese prejuicio tan grande que volvía las cabezas locas. Odiaba los piropos. El escrutinio gratuito, la devoción por lo visible, lo perecedero. Por eso la cara de la Gioconda es la más ambigua de todas las caras esbozadas en lienzos. Porque ella misma se lo había pedido a Leonardo como condición: No pintes lo que ven todos. Pinta el halo de mi rostro.
Texto escrito para el espacio ENTC (Esta noche te cuento) bajo el tema: Belleza