La practicante, tras estudiar el parte de ausencias, redactó en la comodidad de su hogar la carta de despido de la trabajadora, sin atender a la justificación de las faltas; después, como todos los días, encendió sus varillas de incienso para realizar su práctica zen y oró por la fraternidad humana.
Categoría: Microrrelatos
Jardines
Faustino se duerme con la tele puesta todas las tardes a las ocho en punto y sueña con una mujer que trajina en la cocina, que riega las plantas y sirve a las nueve un exquisito guiso en el jardín. Atraído por el olor, Faustino se despierta, se ducha y se pone guapo para la ocasión. Solo al salir al patio recuerda que no tiene jardín, que tiene alergia al matrimonio y que el olor del guiso de su vecina le ha abducido en su sueño, otra vez.
Las visitas de la hora del té
El horror se había instalado en las sillas de enea de la vieja galería. Siempre acudían a la misma hora. Y cada vez eran más. A medida que se acercaba la hora de la merienda, Adelina, se sentía peor. La señora, sin embargo, corta de vista como estaba y con lagunas de memoria, no solo no parecía notar nada extraño, sino que preguntaba continuamente, como una niña ansiosa, si habían llegado ya.
-Ayer vinieron tres. ¡Cómo me alegro de que se anime a venir la gente, Adelina! -Decía la anciana- Figúrese que el señor de las cinco y media me recordaba al coronel de tal forma que casi lo llego a tutear. Y la niña de las seis ¿qué me dice? con esa risita tímida me hacía pensar en mi pequeña Rosalía. Lástima que no pueda ver sus rostros… Dígame ¿Se le parece algo? ¿Se ha fijado en su pelo? Mi niña lo tenía largo y ondulado como una serpentina, puede usted verlo en el retrato.
Adelina, tragaba saliva con esfuerzo mientras echaba un ojo a los retratos de la Galería y veía como el retrato de Rosalía iba quedándose sin rostro como los demás. De hecho, del traje del coronel con sus galones ya solo acertaban a verse los zapatos. Lo mismo pasaba con el abuelo ilustre, del que sólo quedaba el bastón como olvidado en la butaca. Pero lo que más miedo le daba a Adelina era el retrato de la propia señora, que cada vez parecía envejecer más, al tiempo que la carne de sus pómulos parecía más y más traslúcida cuando le daba el sol.
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Micro elaborado en el grupo literario Letras Sangrientas
Lloviendo barcos
Es necesario salir de la isla para ver la isla que no nos vemos sino salimos de nosotros
José Saramago (La isla desconocida)
Durante cuánto tiempo puede contenerse un océano, se preguntó, y comenzó a llover por los ojos barcos de velas azules, rojas, verdes. Y vió pasar el barco de papel que echara a navegar de niña, una tarde llena de nubes rojas y negras que flotaban entre el arcoiris. Y siguió lloviendo y vio pasar todo tipo de embarcaciones: Canoas llenas de naúfragos con los que había compartido vino horas antes, barcos de pescadores con la cubierta llena de delfines que bailaban al son de una canción de bucaneros, trasatlánticos de lujo que iban hacia adelante y hacia atrás y daban una vuelta en círculo como siguiendo una estela de pasodobles; y, cuando se dio cuenta, se estaba limpiando los ojos con la tela de una de las velas y sacando peces de una gran red para echarlos de nuevo al mar. Y se hizo de noche y siguió las luces de los grandes cruceros para llegar a la isla y olía a fiesta desde la orilla. Y había pan y vino y risas y no llovió más.
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Tres micros
OVEJALANDIA
Las ovejas escuchan al lobo, porque han visto al pastor sacrificar sus corderos y vender su lana en el mercado
–Seguidme–dice el lobo– que soy vegetariano. No os faltarán pastos verdes.
Las ovejas van en masa detrás del lobo y hay alguna que, incluso, sueña con conquistarlo.
EROSIONES
–¿No oyes el ruido del mar? Preguntó la cumbre de la montaña al viento.
–Yo soy parte de ese ruido –respondió éste– y soy también parte de la grieta que en tu
costado está comenzando a abrirse.
PERSONALIDAD MÚLTIPLE
El médico estudió con atención la imagen radiográfica antes de preguntar a la paciente:
-¿Y dice usted que puede ser muchas personas al mismo tiempo?
-No, doctor. Al mismo tiempo no, cada una tiene el suyo.
Micros escogidos para la XLV entrega de Difundir el microrrelato por Pablo Cavero
https://www.facebook.com/pablo.caverogarcia.1/posts/3078242122227208
Tregua
Hoy, cansada de hacer mutis, me he asomado por entre las trincheras con un folio en blanco sin escribir.
Mañana revisaré el arma, soltaré las palabras, limpiaré el cañón.
Compañeros de viaje
Una vez me tocó compartir viaje en tren con dos alacranes. El uno, no ocultaba su condición y enseñaba sin disimulo sus pinzas, frontándose el aguijón reluciente de su apéndice contra la ventana. Yo escuchaba el tic-tac de ese contacto, mientras descontaba mentalmente los kilómetros que restaban de la próxima parada. El otro, permanecía en un rincón adoptando una naturaleza algo más refinada; leía la prensa con anteojos de visión corta que bajaba continuamente para observarme. Entre los pliegues de su traje pude ver que su apéndice descansaba amigablemente enfundado, pero este detalle, lejos de tranquilizar mis sospechas, no hizo más que ponerme en guardia. Yo permanecía quieta en el asiento de en medio, tratando de no dejarme adormecer por el run run del tren y los villancicos navideños que sonaban por los altavoces. Mi experiencia con alacranes no era gran cosa, pero mi condición de tarántula me daba cierta ventaja.
No tuve más que aprovechar la primera parada del tren para ocultar mis colmillos y bajar tranquilamente. Me había dado tiempo, en un descuido del revisor, de arrojar las cáscaras por la ventana.
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Deconstrucción
Cuando llegó el momento de marcharme a otra ciudad decidí desmontar mi casa. Tal y como había hecho al construirla, comencé por quitar las tejas para abrir algo de espacio y descender después hasta el armazón. Confieso que las vigas del ático me llevaron algo de tiempo, impregnadas de recuerdos como estaban, también el suelo, que hube de ir devastando por capas que asomaban al rascar como las edades de los árboles cuando se talan, haciéndome descender al piso inferior. Para mover las paredes de los tabiques hube de tomar medidas especiales y empujarme desde el pasado al presente con un arnés. Los muebles los desmonté por tiempos, plegándolos como se pliegan los recortables de la niñez.
Cuando por fin hube terminado, guardé toda la estructura de la casa en mi tarjeta de memoria y subí al avión.
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Un paso por delante
Martín intentó matar el tiempo de todas las formas posibles: escondiendo el reloj debajo de la cama, concentrándose en el ahora para alejarse del segundero y hasta haciendo tortas con nata. Pero el tiempo continuaba, impasible, sonando en las campanas de la vieja torre y cambiando el color del día a su paso. Entonces Martín tomó la mejor decisión de su vida: cargarse el tiempo a la espalda.
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Una historia de bandidos
Con esa indumentaria de detective clásico llamaba irremediablemente la atención. Tanto que, dos calles antes de llegar al local de la fiesta de disfraces, tuvo que entrar de forma apresurada en la lavandería para evitar que su ex, disfrazada de Bonnie junto a ese bandido de Clyde por el que lo había abandonado, le disparase haciéndose la confundida desde las ventanas del Ford V8 por las que hacía asomar la punta de su metralleta.
Recordando a los míticos forajidos Bonnie Parker and Clyde Barrow