Una vez me tocó compartir viaje en tren con dos alacranes. El uno, no ocultaba su condición y enseñaba sin disimulo sus pinzas, frontándose el aguijón reluciente de su apéndice contra la ventana. Yo escuchaba el tic-tac de ese contacto, mientras descontaba mentalmente los kilómetros que restaban de la próxima parada. El otro, permanecía en un rincón adoptando una naturaleza algo más refinada; leía la prensa con anteojos de visión corta que bajaba continuamente para observarme. Entre los pliegues de su traje pude ver que su apéndice descansaba amigablemente enfundado, pero este detalle, lejos de tranquilizar mis sospechas, no hizo más que ponerme en guardia. Yo permanecía quieta en el asiento de en medio, tratando de no dejarme adormecer por el run run del tren y los villancicos navideños que sonaban por los altavoces. Mi experiencia con alacranes no era gran cosa, pero mi condición de tarántula me daba cierta ventaja.
No tuve más que aprovechar la primera parada del tren para ocultar mis colmillos y bajar tranquilamente. Me había dado tiempo, en un descuido del revisor, de arrojar las cáscaras por la ventana.
MVF©
Jopeee, qué buen relato Manoli. Me ha encantado!! Excelente.
Besicos muchos.
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Desde luego, viajar en tren produce extraños compañeros de viaje, je, je, je… Diría que es una estupenda fábula con ese punto de metáfora aplicable a diversas situaciones.
Aprovecho para desearte una Navidad maravillosa, Manoli, y un 2020 lleno de felicidad y musas. Un fuerte abrazo!!
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En no pocas ocasiones una no sabe si es peor quien más amenazante parece o quien trata de esconder o contener su naturaleza, ante la duda la rapidez es la clave 😉
Gracias por tu visita y buenos deseos, David, yo también te deseo lo mejor. Salud y letras.
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