Después de 1984…

 

 

Dentro de uno o dos años sus propios hijos podían descubrir en ella algún indicio de herejía. Casi todos los niños de entonces eran horribles (…) este salvajismo no les impulsaba a rebelarse contra la disciplina del Partido. Por el contrario, adoraban al Partido y a todo lo que se relacionaba con él. Las canciones, los desfiles, las pancartas, las excursiones colectivas, la instrucción militar infantil con fusiles de juguete, los slogans gritados por doquier, la adoración del Gran Hermano…

La violencia, la manipulación, la tiranía, en suma, ejercida por niños a una edad en la que, por su naturaleza, habrían de vivir ajenos a estas perversiones, alcanza el punto máximo de crueldad cuando genera temor en los adultos que los rodean. Temor al propio hijo, a la propia hija, que oye y ve cosas en casa que se desmarcan, o pueden desmarcarse, del orden político y social que impera. Esta tiranía del sistema que describe Orwell, en su 1984, lejos de parecernos ficticia y lejana se acerca de manera alarmante a nuestro tiempo, multiplicando sus riesgos exponencialmente con el auge tecnológico de nuestros días. Dispositivos móviles en forma de teléfonos, tabletas, ordenadores, MP4, consolas de videojuegos… son parte del arsenal con el que armamos a nuestros niños de hoy. Todo nos parece justificable hasta que, tarde y mal, caemos en la verdad que encierra esa expresión que dice: Nadie es inocente. Y  no hace falta ir muy lejos para percibirlo. De hecho, muchas veces basta una simple aplicación para que nuestros niños se harten de cazar Pokemóns, por ejemplo,  por toda la ciudad. Y lo de los Pokemóns es lo de menos. Lo que importa es tener una excusa para salir de caza.

De pronto, tanto el niño como la niña empezaron a saltar en torno a él gritando: «¡Traidor!» «¡Criminal mental!», imitando la niña todos los movimientos de su hermano. Aquello producía un poco de miedo, algo así como los juegos de los cachorros de los tigres cuando pensamos que pronto se convertirán en devoradores de hombres.

Parémonos a pensar. Hace tiempo que hemos dejado atrás 1984, pero la Policía del pensamiento, el Gran Hermano y, en definitiva, la alineación del ser, no ha hecho más que empezar.

 

Manuela Vicente Fernández

Artículo elaborado para el blog/ diario digital El humanista

 

A veces…

 

Escha van den Bogerd
Pintura de Escha van den Bogerd

A veces sueño.

Abro los ojos hacia dentro

y estás ahí,

al final de una realidad

que abarco con mis manos

en la que ya no eres

un muñeco que otros manejan,

que se deja manejar a sabiendas

de que cuelga de unos hilos tan débiles.

Sueño que no eres de cartón piedra

tan cobarde que ni siquiera existes.

Sueño que hablas y no enhebras palabras

de otra historia que no es la tuya.

Sueño.

Que no he estado inventándote,

creándote

a imagen y semejanza de mi ausencia:

ese agujero no cubierto,

ese grito

que amenaza con desbordarme.

Sueño.

Qué estás delante de mí y te pregunto:

¿Cómo diablos has podido

ser tan imbécil?

 

 

 

Después de la tormenta

 

La imagen puede contener: una o varias personas, personas sentadas, cielo, árbol, nube, exterior y naturaleza

 

Pensaba que por fin había encajado en un grupo que me comprendía y respetaba. Un grupo de compañeros leales con los que no tenía que fingir ser quien no era. Habíamos coincidido en una etapa del camino y enseguida conecté con ellos. Cierto que parecían demasiado estirados y previsibles,  pero lo atribuí más a mi desconfianza natural que a rarezas insalvables,  después de todo ¿de quién puede afirmarse en nuestros días que no sea un poco raro? Jamás pasó por mi mente, ni por un  momento, la idea de que cada uno de ellos fuese un engaño más del sistema. Solo cuando la tormenta dañó sus baterías y cayeron delante de mí, uno tras otro, me di cuenta de lo estúpido que había sido, confiando mi amistad a un puñado de replicantes.

 

Manuela VF©

MVF©

Foto: Vincent Bourilhon

 

Micro basado en la imagen elaborado para el grupo EL Bic Naranja 

y publicado en su espacio  Viernes Creativos

Eclosión final

 

La imagen puede contener: personas sentadas, árbol y exterior
Fotomontaje: Kevin Corrado

 

En cierta ocasión, en uno de mis paseos por el bosque, pude ver a la mitad de un hombre intentando asomar a la superficie. Me dieron ganas de ayudarle, a pesar de que había oído que todo intento de esta índole resulta penoso y contraproducente, que es como intentar ayudar a salir de su crisálida a una mariposa: lo único que se consigue es detener la madurez de sus alas que, sin esta lucha, serán tan débiles que nunca conseguirán volar. Lo vi, y el hombre me llamó por mi nombre, extendiendo sus manos hacia mí quizá porque, tiempo antes, yo misma había estado en su situación, debatiéndome dentro de mi crisálida y él me había visto. Lo único que pude hacer fue acariciar su torso desnudo, animándole a encontrar la fuerza para hacer asomar el resto del cuerpo y que no se quedase, por siempre, como tantos medio hombres que una encuentra a menudo por el bosque: con los pies en una parte y el corazón en otra.

MVF©

 

Propuesta basada en la fotografía y elaborada para Los Viernes Creativos de El Bic Naranja

Amar hasta el final

La imagen puede contener: 1 persona, exterior
Foto: Karolina Bazydlo

 

Me llamo Amalia y cuando amo lo hago con intensidad y es curioso esto de la intensidad, porque no depende de mí, pero engancha. Tal vez por eso, ni en mi mente ni en mi corazón concebí nunca otra forma de amar. Ese amor tranquilo y sosegado que no agita tu sangre, del que suelen hablar los matrimonios con el correr de los años, no es el amor que yo quiero. Amontonar platos sucios en el fregadero hasta que decides romper unos cuántos, puede llevarte demasiado tiempo. Sé que hay gente que no puede entender mi proceder por más que intente justificarme, pero yo creo que, en realidad, le hice un favor a Enrique cuando salí corriendo minutos antes de presentarme ante el altar. Le ahorré el disgusto de oírme hacer gárgaras por las noches, verme dormir con antifaz y levantarme llena de legañas, o de encontrarme con dos rodajas de pepino sobre los ojos al llegar a casa; pero, sobre todo, le ahorré tener que verle echando panza frente a la tele, con varios botellines de cerveza y restos de pizza a su alrededor;  peleándose con su reflejo al hacerse la raya al lado para cubrir la azotea de sus ideas, o enfrentándose al duro momento de tener que aceptar una excusa para dormir en camas separadas.

Sí. Cuando vuelvo atrás en la memoria y me veo frente al espejo, adornada y decorada como todas las novias que se precien, me alegro de verme lanzar los zapatos blancos al aire, de rebuscar en el armario hasta dar con las botas de montaña negras y de salir disparada (y remangada) con el mismo vestido de novia y la tarjeta de crédito escondida bajo la ropa, rumbo a cualquier lugar lejos de aquel en el que aborrecernos juntos.

Texto basado en la imagen, elaborado para los Viernes Creativos de El Bic Naranja

Todos los lugares

 

Cuando Alicia despertó se dio cuenta de que había pasado mucho tiempo. Tanto, que la lectura del libro que tenía cerrado sobre su regazo había dejado de interesarle. Ni siquiera las flores que se abrían a su alrededor o los abetos que la circundaban le parecían los mismos. Extrañada de lo mucho que había cambiado todo consultó su reloj. Apenas habían pasado unos minutos. ¿Cómo era posible que en tan poco tiempo hubiesen tenido lugar tantos cambios? Estaba pensando en ello cuando vio acercarse a su hermana.

-¿Otra vez te has quedado dormida, Alicia?

-No estoy segura de haber dormido -respondió ésta en voz muy baja.

-¿Cómo es eso?

-Bueno, lo que quiero decir es que no estoy segura de no estar durmiendo ahora.

-¿Te has vuelto loca? -preguntó su hermana.

-Es posible. ¿Nunca has tenido una sensación de irrealidad que no se corresponde con lo que percibes? o, lo que es lo mismo ¿Nunca has tenido la sensación de percibir otra realidad que no se corresponde con la que vives?

-No hay quien te entienda, Alicia. Va a ser que este lugar que eliges para leer no es el más indicado.

-¿Indicado para quién? escucha, hermana, quiero hacerte una pregunta y que me respondas con sinceridad.

-¿Cómo si no?

-Bueno, estoy segura de que me entiendes. Imagínate que no estás a gusto con la realidad que vives. No me preguntes. No, todavía. Tú solo imagina que has podido ver desde lejos el lugar que ocupas. Sí. Algo así como si pudieses tomar cierta perspectiva para mirarlo todo en su conjunto: es decir, el papel que ocupas y el papel que ocupa, a su vez, todo el resto; que lo has visto todo desde una posición más amplia en la que te has descubierto desempeñando un rol del que solo eras consciente a medias, y que te desvaloriza ante ti misma frente al elenco de otras posibilidades.

-¿Algo así como cuándo ves desarrollarse de forma simultanea el guión de una obra y ves como los personajes se equivocan de dirección? -preguntó su hermana.

-Sí. Como cuando has visto a uno de los personajes guardar el huevo de Pascua y después ves cómo alguien lo está buscando en otro lugar.

-Entiendo… ¿Y cuál es tu pregunta?

-La pregunta es ¿Te interesaría fingir que juegas a encontrar el huevo cuando ya sabes dónde está?

-Claro que no. Habría que volver a esconderlo en otro lugar para jugar con honestidad.

-Exactamente, y ahí es adonde yo quería ir: ¿ Estarías dispuesta a ser sincera y asumir el  riesgo de no encontrarlo en la nueva búsqueda o prefieres asegurarte el beneficio cerrando los ojos a la realidad?

-Bueno, todo depende de lo que signifique el huevo de Pascua y la búsqueda. Quiero decir que si el valor del huevo es el mismo y la búsqueda solo te va a conducir a dar rodeos pues…

-Oh, debí haber supuesto que no me comprenderías.

-¿Qué es lo que no he comprendido, Alicia?

-Toda búsqueda lleva implícito su propio valor y, por tanto, su propia recompensa. ¿Cómo has podido pensar que sería el mismo huevo de Pascua el que hallases, si prosiguieses  en su búsqueda?

-Entiendo lo que quieres decir. Sencillamente, no es posible volver al punto de partida una vez que una deja atrás ese punto.

-Está claro.

-Pues entonces, si la pregunta viene a ser si me quedaría en el mismo punto, sabiendo que hay otro camino que me resulta mucho más interesante, la respuesta es no. Jamás me perdonaría ser tan cobarde y conformista.

-¿Independientemente de cuál fuese el resultado?

-Por supuesto, porque quedarme aquí habría dejado de parecerme satisfactorio y eso ya no sería capaz de cambiarlo.

-¿Ves entonces a lo que me refería cuando decía que la realidad que vivimos no es la única realidad?

-Creo que sí, Alicia. Y creo que debes seguir durmiendo y despertando en este lugar, porque no cabe duda de que estás en la dirección correcta.

Un hogar feliz

Resultado de imagen de fotos de ventanas cerradas

El hogar es ahora un remanso de paz. Muy de mañana abro todas las ventanas para ventilar las habitaciones, antes de que despierte la ciudad y el ruido inunde las calles. Pasados unos minutos vuelvo a cerrarlas, para preservar el silencio. Insonorizar la vivienda ha aumentado mi tranquilidad. Practico mi tabla de ejercicios con regularidad y veo películas que muestran un mundo nuevo. Todo cuánto necesito comprar puedo pedirlo por la web o por teléfono. Estoy de baja por estrés, pero gracias a las buenas costumbres me estoy restableciendo. El otro día, cuando acudí al especialista en psicorobótica sus recomendaciones fueron claras: es imprescindible para mi total recuperación que el humano que vivía antes en esta casa siga cumpliendo la orden de alejamiento.

Manuela Vicente Fernández ©

 

Fuente de la imagen: Pinterest.

Micro presentado al concurso de Zendalibros.com #Ciencia Ficción

 

SIDDHARTA O LA LIBERTAD DE DUDAR

Respondía Govinda:

—Hemos aprendido mucho, y seguiremos aprendiendo. Tú llegarás a ser un gran samana, Siddhartha. Todo lo has aprendido en seguida, los viejos samanas te admiran con frecuencia. Llegarás a ser un santo, ¡oh Siddhartha!

Hablaba Siddhartha: —A mí no me parece así, amigo mío. Lo que he aprendido hasta ahora entre los samanas, ¡oh Govinda!, lo hubiera podido aprender pronto y con facilidad en cualquier taberna de barrio, de burdeles, entre carreteros y jugadores de dados, hubiera podido aprenderlo, amigo mío.

Decía Eduardo Galeano que la primera enseñanza era enseñar a dudar, y este es el lema principal del clásico libro de Hermann Hesse, Siddharta. Libro que comienza con el nacimiento de un príncipe,  hijo del Brahmán, que crece entre hombres doctos y sabios; estudiando los misterios de Atmán y leyendo los libros sagrados; adentrándose en el arte de la meditación y la introspección del espíritu; venerado y aclamado por todos menos por él mismo ya que, en el fondo de su corazón, las dudas aumentaban, haciéndole  preguntarse continuamente: ¿De qué servía todo? ¿Acaso daban felicidad los sacrificios? ¿Y qué había de los dioses? ¿Era cierto que Prajapati había creado el mundo? ¿No era él, el Atman, el Único, el Todo y Uno? ¿No eran los dioses formas creadas como tú y yo, sujetas al tiempo, perecederas?  

Sí. El Siddharta de Hermann Hesse duda. Duda porque las verdades no pueden ser descritas, sino vividas. No hay verdad en una palabra, solo contenido por explorar. Lo mismo que no hay verdad en una enseñanza que no viene de la experiencia, porque solo en lo concreto, en la profundidad de la materia, adquiere sentido lo inmaterial, lo innombrable. Y eso lo advierte Sidharta desde muy joven: que nada en el mundo es verdaderamente real hasta que se toca, hasta que se aprehende desde la carne, vehículo por excelencia del conocimiento en un mundo de la forma y la concreción. Por eso Siddharta dice a su amigo que la enseñanza entre los Samanas no difiere de la enseñanza entre el pueblo, incluso si ese pueblo, o todavía más por eso mismo, incluye entre sus  personas a jugadores y ambientes como burdeles, porque es tocando la profundidad más absoluta como más se aprende. Quizás porque, como decía Goethe: Allí donde hay mucha luz la sombra es más negra, o lo que es lo mismo: no hay más sombra que la ausencia de luz. Y es así, como Siddharta decide poner en práctica su meditación, mezclándose con las gentes, comiendo, bebiendo y sintiendo en base a sus propias motivaciones.

Hacia el final del libro, Siddharta expresa su propia reflexión, fruto de la enseñanza hallada en su peregrinaje:

 He encontrado un pensamiento, Govinda, que podrás tomar a broma o por sandez, pero que es mi mejor pensamiento. Es el que dice:

“¡Lo contrario de cada verdad es igualmente cierto!”

  Reflexión que cobra sentido en la siguiente expresión:

Un hombre (o una mujer) nunca es enteramente sansara o enteramente nirvana, nunca es un hombre enteramente santo o enteramente pecador.

Quizás por eso mismo, porque la complejidad del ser humano es difícil de definir con palabras, y únicamente a través de la experiencia podemos vislumbrarla, me gustaría citar una última reflexión que Hermann Hesse pone en boca de Siddharta:

Yo puedo amar a una piedra, Govinda, y también a un árbol o a un trozo de corteza. Pero no puedo amar las palabras. Por eso las doctrinas no son para mí; no tienen dureza, no tienen peso ni color, ni aristas, ni olor, ni gusto; no tienen más que palabras (Siddharta- Hermann Hesse).

 

Manuela Vicente Fernández

Artículo publicado en el blog/ Diario digital  El Humanista de Cascales 

 

 

 

 

Maneras de morir

Su cuerpo estaba en la alfombra, tendido delante de mí. «El cliente siempre tiene razón», me dijeron cuando comencé en este viejo oficio. Pero el cliente, a veces, no sabe dónde está su límite. Bueno, tanto peor para él, pobrecito. Yo me limito a hacer mi trabajo, no tengo acceso a su historial médico ni lo necesito. Se supone que, al menos, murió feliz; después de todo, es una buena forma de morir: en medio de un fulminante orgasmo. No me había pasado con ninguno. Ahorita mismo llamaré a madame Bianca y le recordaré, de paso, su amonestación sobre mi frialdad, para muestra, un fiambre.

MVF©

Imagen: Ole Marius Jorgensen (http://olemariusphotography.com/)

La imagen puede contener: una o varias personas e interior
Texto basado en la imagen, elaborado para los Viernes Creativos de El Bic Naranja